ALEX PUIG

Colombia: hasta que el corazón aguante

[EN CONSTRUCCIÓN] 

Entre la diversidad de América Latina, Colombia emerge como una pintura viva, teñida de contrastes, riqueza cultural y una historia marcada por una guerra que no termina. Tras su exuberante realismo mágico, se esconde una realidad social compleja, marcada por la desigualdad y una incesante violencia.

Este reportaje se sumerge en las calles bulliciosas de algunas de sus ciudades, sus páramos y montañas Andinas y su diversa costa caribeña para descubrir la realidad de un país en constante crisis. A través de testimonios y encuentros con sus habitantes, este reportaje se sumerge en las profundidades de una nación en constante búsqueda de justicia social. Desde la lucha contra el narcotráfico hasta los esfuerzos por construir una paz duradera, cada capítulo de esta historia revela las grietas más oscuras del país pero también las oportunidades que marcan el panorama social colombiano.

Líderes sociales

En países como Colombia, así como en muchas otras regiones de Latinoamérica, construir una comunidad es fundamental para garantizar el cumplimiento de los derechos sociales. En Colombia, la figura del líder social asegura la cohesión, la comunicación y la memoria de la comunidad al denunciar las injusticias, reclamar derechos, proteger la tierra y divulgar la labor que realizan en los barrios y pueblos donde residen. En las regiones más rurales del país, estos líderes son constantemente amenazados, ya que sus demandas, las de su pueblo, se oponen a las explotaciones de multinacionales, mayoritariamente extranjeras, que pretenden destruir y expoliar sus territorios ancestrales. Solo en 2024, más de 420 líderes sociales fueron asesinados en todo el país. Aun así, la lucha continúa, pero… ¿hasta cuándo?

En las comunas de las ciudades más grandes, esta figura actúa como un muro de contención contra las mafias locales que intentan reclutar a los jóvenes para usarlos en actividades criminales. En estos barrios, los líderes ofrecen actividades e imparten talleres de arte comunitario, clases de música y deportes, además de brindar apoyo moral y psicológico a quienes lo necesiten. Todo esto lo hacen de manera desinteresada y sin recibir nada a cambio, excepto el respeto de casi todos sus vecinos. El riesgo extremo al que se enfrentan día tras día no los frena, sino que los fortalece para continuar con su labor indispensable.

A lo largo de este viaje, tuvimos la oportunidad de conocer a algunos de ellos, quienes no dudaron en recibirnos. Ya fuera a través del graffiti y el rap, en la construcción de un museo de la memoria para recordar a las víctimas del estallido social de 2021 o en la promoción de un auditorio comunitario, su incansable trabajo sigue allanando el camino hacia la paz en un país que no la ha conocido en los últimos 50 años.

La guerra permanente

En Colombia, prestar servicio al ejército aún sigue siendo algo obligatorio. A partir de los 18 años, todos los jóvenes varones -a excepción de víctimas del conflicto armado, indígenas y otras realidades sociales- son llamados al servicio con tal de servir a los intereses del estado y, supuestamente, a los de la ciudadanía colombiana durante un período de aproximadamente 18 meses. A pesar de su obligatoriedad, la constitución contempla la objeción de conciencia como un derecho pudiendo librarse uno de dichas obligaciones pagando una tasa. Tras el servicio, los cadetes pasan a ser reservistas hasta los 50 años de edad siendo susceptibles de ser llamados a filas en cualquier momento.

Atravesando el parque natural Cocora conocimos gracias a Alvaro Imbert algunos de los miembros de uno de los batallones de práctica quienes, preparándose para una larga travesía de 6 meses por los valles de esta extensa reserva, no dudaron en dejar sus quehaceres con tal de enseñarnos todo su repertorio armamentístico y posar orgullosos ante nuestras cámaras. Y es que según nos cuentan, somos los últimos civiles que verán en los próximos meses de expedición.

Al Cauca

Históricamente, una de las zonas más azotadas por el conflicto Colombiano ha sido la región del Cauca. A pesar de los acuerdos de paz, las disidencias de las FARC, el paramilitarismo y otras guerrillas que aún disputan la zona siguen perpetrando a día de hoy numerosas atrocidades y violaciones de derechos humanos hacia la población civil que habita el territorio. Este selvático valle ha sido el escenario de diversas masacres y motivadas por intereses económicos, ideológicos y racistas -la mayoría de su población es afrodescendiente víctima principalmente de los denominados paracos- empujando así a gran parte de sus habitantes hacia otros territorios de Colombia. Y es que este país es uno de los territorios con más desplazados internos de Latinoamérica, en dónde un 9,2% de su población se ha visto forzada a dejar su comunidad. Por no hablar de los exiliados que tienen que migrar con tal de salvar su integridad. Según datos del gobierno, Colombia cuenta con más de 3 millones de migrantes en todo el mundo, siendo el segundo país con más personas desplazadas después de Venezuela. Algo que se conoce como la diáspora colombiana y que no solo se debe al conflicto armado, sino también al contexto económico, entre otras. Como en toda guerra, los civiles son las principales víctimas. En este caso, pero, la atención mediática es casi nula. 

En San Cipriano conocimos a Nelson (Nombre ficticio). Nos cuenta con una inquietante naturalidad como a su hermano lo mató la guerrilla y cómo sus padres murieron posteriormente, según nos dice, de pena. A pesar de sus circunstancias, vive el día a día guiando a turistas en esta comunidad en el corazón del bosque húmedo tropical. Sin dudarlo me acepta un retrato, aún así prefiero mantener su identidad en el anonimato.

En esta pequeña comunidad solo hay única vía de acceso. Unas vías de tren abandonadas en dónde los lugareños han acoplado sus motocicletas a unas plataformas para conducir por los raíles como si de un tren se tratase. Un ejemplo que retrata cómo, una vez más, las comunidades del Cauca están condenadas a resistir y luchar por su cuenta para que, algún día, se reconozcan sus derechos plenamente.

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